El consumidor latinoamericano está entrando en una fase decisiva de transformación alimentaria. La creciente conciencia sobre la salud, impulsada por recomendaciones médicas, bienestar emocional y una mayor disponibilidad de información nutricional, está generando un cambio estructural en los hábitos de compra en toda la región.
Más del 70% de los consumidores afirma que desea comer mejor y muestra preferencia por productos naturales, frescos, bajos en azúcar y grasas, con etiquetas claras y fórmulas menos procesadas. Sin embargo, esta tendencia, aunque firme, se enfrenta a barreras económicas que todavía limitan su potencial de crecimiento.
El interés por alimentos saludables es particularmente fuerte en Chile, Perú, México y Brasil, donde las regulaciones de etiquetado y la mayor presencia de opciones “clean label” han educado al consumidor y elevado las expectativas hacia la industria. Los compradores revisan cada vez más la información nutricional y exigen transparencia de las marcas. Además, los productos plant-based están evolucionando hacia formulaciones más simples, menos procesadas y con un origen vegetal reconocido, en línea con una demanda que valora naturalidad, sabor y beneficios funcionales.
Pese a esta motivación creciente, el precio continúa siendo el gran obstáculo. En mercados golpeados por la inflación como Argentina o economías más maduras como Chile, la percepción de que comer saludable es costoso supera con amplitud la media global. La falta de variedad en puntos de venta y la persistencia de entornos donde predominan los ultraprocesados también frenan la adopción de mejores hábitos. La inseguridad alimentaria es un factor crítico: en 2020, 131 millones de personas en la región no pudieron costear una dieta saludable, un indicador que contextualiza la necesidad de soluciones accesibles y sostenibles.
En cuanto a preferencias, los consumidores latinoamericanos apuestan por alimentos naturales como frutas, verduras, pescado, frutos secos, semillas y legumbres, considerados esenciales para el bienestar físico y mental. El segmento de snacks saludables está creciendo con fuerza, especialmente aquellos bajos en azúcar o sodio, ricos en fibra y proteína, pero que mantengan un perfil sensorial atractivo. También aumentan las opciones funcionales enriquecidas con vitaminas, minerales, zinc, omega-3 vegetal y extractos botánicos, reflejando una convergencia entre nutrición y bienestar emocional.
El auge de este mercado ha impulsado tanto a las marcas premium como a las marcas propias de los retailers. Las marcas premium se benefician de consumidores dispuestos a pagar más por productos orgánicos, con certificaciones, ingredientes superiores o propuestas innovadoras, aunque estas compras suelen ser ocasionales. En paralelo, las marcas propias han democratizado el acceso al segmento saludable gracias a un mejor equilibrio entre precio y calidad. Su penetración alcanza entre el 15% y el 32% del volumen de ventas de alimentos en países como México, Colombia, Chile o Ecuador, y su avance ha reducido la cuota de productos tradicionales de fabricantes líderes.
La expansión de estos private labels refleja un cambio estructural: el consumidor busca transparencia, naturalidad y buen precio, y los retailers están respondiendo con portafolios amplios que incluyen opciones saludables, funcionales y sostenibles.
La combinación de estos factores define un escenario claro: Latinoamérica está lista para un salto en la alimentación saludable, pero dicho salto dependerá de la capacidad de la industria para ofrecer productos más accesibles, menos procesados y nutricionalmente superiores. La demanda existe, la conciencia crece y las marcas —tanto premium como propias— están adaptándose, pero el reto sigue siendo transformar esta intención en consumo masivo. La próxima etapa del mercado dependerá de quién logre ofrecer salud, calidad y precio en un mismo paquete.
