Este artículo fue elaborado por el equipo de Food Retail Italia, representante oficial de las ferias internacionales Cibus y TuttoFood Milán en América Latina.
Cuando en 2018 estalló la guerra comercial entre Estados Unidos y China, pocos imaginaron que reconfiguraría de forma permanente las rutas globales de una de las materias primas más estratégicas de la economía mundial: la soja.
Siete años después, en 2025, los efectos son evidentes. Mientras la América rural —del Nebraska al Iowa— vive la crisis agrícola más grave desde los años ochenta, el eje de la cadena mundial se ha desplazado decididamente hacia el sur. Hoy es América Latina, y en particular Brasil, quien alimenta la demanda de Pekín y consolida una posición de liderazgo que parece difícil de revertir.
Pekín, que durante años había adquirido más de la mitad de su demanda de soja a Estados Unidos, ha reducido progresivamente los pedidos a los productores norteamericanos tras la imposición de aranceles y restricciones mutuas.
La respuesta china ha sido estratégica: sustituir la dependencia del “Midwest” estadounidense por un sistema de abastecimiento diversificado, pero centrado en América Latina.
Brasil, primer productor mundial con más de 160 millones de toneladas previstas en 2025, cubre hoy cerca del 70% de las importaciones chinas. En el primer semestre del año, las exportaciones brasileñas hacia China superaron las 77 millones de toneladas, un récord histórico.
Los puertos de Santos, Paranaguá e Itaqui se han convertido en nodos neurálgicos de un tráfico incesante: cada día zarpan decenas de buques cargados de granos destinados a los criaderos y a la industria de piensos de la República Popular.
Junto a Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay han sabido aprovechar las oportunidades del nuevo escenario. Buenos Aires, tras años de políticas fiscales restrictivas, redujo temporalmente los impuestos a la exportación agrícola para estimular las ventas externas, atrayendo nuevos contratos chinos y revitalizando su producción.
Paraguay, cuarto exportador mundial, ha potenciado su logística fluvial a lo largo del río Paraguay para aumentar su capacidad de carga, mientras que Uruguay, gracias a una agricultura altamente eficiente y a estándares ambientales avanzados, ha conquistado nichos de mercado de alto valor.
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Un continente que crece, pero que aún debe integrarse
La ventaja competitiva latinoamericana nace de una combinación de factores: abundancia de tierras fértiles, costos de producción más bajos, monedas débiles y creciente adopción de tecnología agrícola.
Brasil ha invertido en infraestructuras intermodales, reduciendo parcialmente su histórica dependencia del transporte por carretera. Los nuevos corredores ferroviarios que conectan Mato Grosso con los puertos del norte y las “Rodovias da Soja” han reducido los tiempos de entrega y mejorado la competitividad frente a Estados Unidos.
Sin embargo, el continente sigue fragmentado. Aún carece de una política agrícola coordinada, de estándares comunes de sostenibilidad y de una integración logística real. En países como Argentina, la inestabilidad política y la inflación crónica continúan limitando la capacidad de inversión y frenando la modernización portuaria.
La nueva geografía de la soja
La guerra arancelaria ha acelerado un proceso ya en marcha: el desplazamiento del poder agrícola mundial del norte al sur del continente americano.
El Midwest estadounidense, antaño epicentro del comercio mundial de granos, ha perdido el acceso privilegiado a su principal cliente.
El “corredor de la soja” latinoamericano, que se extiende desde Mato Grosso hasta el Río de la Plata, ha tomado su lugar, transformando ciudades como Rondonópolis, Rosario y Nueva Palmira en nuevos polos del comercio global.
Las multinacionales del trading —de Cargill a ADM y COFCO— invierten miles de millones en ampliar su capacidad de almacenamiento, terminales portuarias y plantas de trituración.
China, por su parte, no se limita a comprar: participa activamente en la construcción de infraestructuras logísticas, invirtiendo en puertos y en plantas de procesamiento, en un modelo que recuerda a la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”.
En Estados Unidos, la pérdida del mercado chino ha tenido efectos devastadores. El precio de la soja ha caído un 40% respecto a 2022, y millones de toneladas permanecen sin vender en los silos del Midwest.
Las familias agrícolas, que durante generaciones basaron su supervivencia en las exportaciones hacia China, hoy se encuentran sin alternativas.
Washington ha respondido con subvenciones de emergencia por 10.000 millones de dólares, pero la medida es paliativa: el problema no es coyuntural, sino estructural.
Mientras tanto, Pekín ha consolidado relaciones estables con proveedores latinoamericanos, lo que hace improbable un regreso a los volúmenes anteriores incluso si las tensiones comerciales disminuyeran.
Ventajas y riesgos para América Latina
El nuevo equilibrio global representa para América Latina una oportunidad extraordinaria de crecimiento.
El aumento de las exportaciones de soja y sus derivados ha generado superávits comerciales récord, impulsado el PIB agrícola y atraído capital extranjero.
Brasil, en particular, ha visto crecer sus ingresos en divisas y fortalecerse el real, mientras que Argentina —a pesar de sus dificultades macroeconómicas— ha logrado mejorar temporalmente su balanza comercial gracias al auge del agroexportador.
Pero el éxito también encierra peligros.
El primer riesgo es la excesiva dependencia de la demanda china: más del 70% de las exportaciones brasileñas y más del 60% de las argentinas tienen como destino un solo comprador.
Un frenazo en la economía china o un cambio en su política de importación tendría efectos inmediatos y potencialmente devastadores sobre todo el continente.
El segundo riesgo es ambiental. La expansión de la frontera agrícola hacia zonas sensibles como el Cerrado y la Amazonía ha reavivado el debate sobre la sostenibilidad de los cultivos extensivos. Bajo la presión de los mercados europeos y de las ONG, muchos traders internacionales —entre ellos COFCO y Bunge— han adoptado la “Moratoria de la Soja”, comprometiéndose a no adquirir granos procedentes de áreas deforestadas después de 2008. Sin embargo, la aplicación efectiva sigue siendo desigual.
El tercer riesgo es infraestructural: puertos, carreteras y ferrocarriles siguen siendo insuficientes para los volúmenes actuales. Las ineficiencias logísticas incrementan los costos, reducen la competitividad y ralentizan la capacidad de respuesta ante picos de demanda.
Perspectivas de precios
En cuanto a los precios, los analistas internacionales prevén una tendencia moderadamente alcista en América Latina durante los próximos años.
La combinación de una demanda china sostenida, una oferta mundial limitada y el aumento de los costos de producción (fertilizantes, transporte, mano de obra) podría provocar entre 2026 y 2027 un incremento medio del 10-15% en los precios locales respecto a los niveles de 2024.
El efecto será desigual: Brasil, con una logística más eficiente y una moneda más fuerte, verá márgenes más ajustados; Argentina y Paraguay, en cambio, podrían beneficiarse de precios más altos en moneda local gracias a sus tipos de cambio más competitivos.
Conclusión: un nuevo equilibrio global
La guerra comercial entre Washington y Pekín no solo ha redibujado las rutas de la soja: ha certificado el traslado del poder agrícola mundial hacia América Latina.
El continente se ha convertido en la columna vertebral del abastecimiento chino y, por extensión, en uno de los pilares de la seguridad alimentaria global.
Pero este nuevo papel también conlleva responsabilidades: invertir en sostenibilidad, diversificar mercados y reforzar infraestructuras serán condiciones indispensables para evitar que la dependencia de China se transforme mañana en una nueva vulnerabilidad.
En otras palabras, América Latina ha conquistado el centro de la escena, pero para mantenerse allí deberá demostrar que sabe gestionar su ascenso con visión estratégica.