Este artículo fue elaborado por el equipo de Food Retail Italia, representante oficial de las ferias internacionales Cibus y TuttoFood Milán en América Latina.
Perú vive una transformación que recuerda a la experiencia reciente de Colombia.
Cada país tiene sus propias particularidades, pero afirmar que un modelo extranjero no puede aplicarse al contexto local es, en realidad, una forma de resistirse al cambio. En Europa se pensó así durante décadas, hasta que los hechos demostraron que la evolución de los formatos de distribución obedece a dinámicas universales: cuando el consumidor busca precio y el canal logra ofrecerlo con eficiencia, el mercado avanza.
En Perú, un país en plena expansión demográfica donde el comercio tradicional sigue siendo la forma dominante de actividad económica, el retail moderno todavía enfrenta dificultades para consolidarse. Es percibido como un canal más caro y distante, especialmente entre las clases populares y en las ciudades de menor tamaño. Sin embargo, la irrupción de los convenience stores, y en particular el crecimiento vertiginoso de Tiendas Mass, está modificando rápidamente este panorama. Estos puntos de venta, concebidos como un modelo de proximidad moderna, están adoptando la lógica del descuento de barrio, al igual que ocurrió en México con Tiendas 3B y en Colombia con D1. En todos los casos, los factores de éxito son los mismos: precios bajos, surtidos ajustados a la demanda real, alta densidad de tiendas y una gestión centralizada que sustituye la improvisación típica del comercio tradicional.
Hoy en Colombia el comercio informal representa apenas el 10% del total, mientras que en Perú aún ronda el 60%. Pero la trayectoria está definida. La expansión de Tiendas Mass —apoyada en capital, tecnología y procesos organizados— transformará de manera irreversible el paisaje del pequeño retail, desplazando a aquellos negocios desordenados e incapaces de adaptarse. Es el mismo proceso que llevó a Colombia, en menos de una década, de un sistema fragmentado a uno dominado por cadenas híbridas, donde la proximidad ya no equivale a informalidad.
Un estudio reciente sobre la evolución del retail peruano quiere demostrar que la modernización no es solo una cuestión de formatos, sino fundamentalmente de capital humano.
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Nos agrada recordar que la distancia entre una bodega tradicional y una tienda de conveniencia no se mide solo en metros cuadrados, sino en capacidades de gestión. Las primeras siguen operando con flujos de caja diarios, contabilidad informal y márgenes intuitivos; las segundas utilizan herramientas de análisis, personal formado, procedimientos estandarizados y sistemas digitales de cobro y reposición.
La tecnología, sin embargo, es solo el reflejo de una brecha más profunda: la que separa una economía formal de otra basada en la informalidad. El 60% de las tiendas peruanas continúa sin registro oficial y menos de la mitad de sus propietarios ha completado la educación secundaria. Esta fractura —cultural antes que económica— definirá el futuro de la distribución en el país.
El retail peruano, al igual que el colombiano en su momento, está atravesando la transición más compleja: pasar de un modelo basado en la relación personal a otro basado en la gestión profesional. En este proceso, muchos pequeños operadores informales desaparecerán. No es un fenómeno negativo, sino un ajuste natural. Pretender proteger la microempresa informal con programas estatales genéricos es un error de enfoque. El mercado tiende a reorganizarse en torno a quienes pueden garantizar eficiencia, transparencia y escala.
El nuevo equilibrio económico y social que emerge es evidente: crecimiento de los grandes grupos de retail con formatos de proximidad, transformación de pequeños comerciantes en empleados formales con salario, seguridad social e impuestos pagados, y una reducción gradual del comercio fragmentado en favor del organizado.
La lección de Colombia es inequívoca: los descuentos de barrio no coexisten con el comercio tradicional, lo reemplazan. Lo hacen gracias a inversión, eficiencia operativa y disciplina en la gestión. Oponerse a esta tendencia es tan inútil como luchar contra molinos de viento: no lo logró Don Quijote, tampoco lo logrará el pequeño comercio informal.